La goleada que infligió Allax a Jogo Bonito fue un maremoto futbolístico, una tormenta perfecta que arrasó con todo a su paso. No fue una simple victoria, sino una exhibición de poderío que dejó al rival naufragando en un mar de dudas.

La superioridad de los holandeses fue tan abismal como la distancia entre un gigante y un pigmeo. Fue como ver a un águila cazando a una paloma, con una elegancia y precisión que dejaban sin aliento. Cada jugada era una pincelada en un cuadro de arte, cada gol una estocada certera.

El partido fue un duelo entre la razón y la emoción, entre la estrategia y la improvisación. El conjunto de Peloso demostró una superioridad aplastante en todos los aspectos del juego, desde la táctica milimétrica hasta la individualidad deslumbrante. Sus jugadores se movían como engranajes de una máquina perfecta, mientras que los Cariocas parecían marionetas sin hilos.

La primera mitad fue un golpe de gracia. Allax salió al campo con la furia de un huracán, arrasando con todo lo que encontraba a su paso. Los goles cayeron como granizos, cada uno más demoledor que el anterior. Jogo Bonito intentó resistir, pero fue como intentar detener una avalancha.

En la segunda mitad, el partido se convirtió en una mera formalidad. Allax, con una confianza desbordante, continuó su festival de goles. Fue como ver a un niño jugando con su comida, sin ningún respeto por el rival.