El último encuentro de la Primera C tuvo nombre y apellido: Mati Orellano, el jugador que convirtió la tarde en su propio recital. Seis goles y dos asistencias para un 10 perfecto en la planilla y una actuación que quedará entre las más recordadas del torneo.
El Sudacas de Kevin Garabán fue una máquina de generar y definir. Cuando el Toro se enciende, no hay pronóstico que aguante. Lo sufrió Papota, que pese al resultado, nunca dejó de competir ni de mostrar intenciones claras de juego.

El partido empezó con dominio absoluto de los Sudacas, que se mostraron aceitados y con un juego ofensivo explosivo. El equipo combinó precisión con ritmo. Supo cuándo tocar y cuándo acelerar. Gambetas cortas, definición quirúrgica y lectura total del juego. Fue un recital de control, pausa y efectividad.

Pero más allá del marcador, Papota dejó cosas interesantes. Con un plantel más corto pero comprometido, mostró carácter, orgullo y ganas de mejorar.
El Mastan Juárez, capitán y referente, fue el alma del equipo: puede jugar de 9, de defensor o de lo que pida el partido. Tiene físico, timing y la personalidad del que no se esconde.
Detrás suyo, Colona, el 17, volvió a dejar todo. Un soldado del esfuerzo, el último bastión de un equipo que siempre pelea hasta el final.
Y en el arco, Agus Pérez, el que nunca se rinde: respondió una y otra vez ante la lluvia de remates. Siempre firme, siempre presente.
Además, Lulo y Juano, dos jugadores intensos y polifuncionales, fueron los encargados de darle aire y ritmo al medio. Son futbolistas que contagian, que corren, que juegan y que —cuando logren más rodaje— serán clave en la recuperación de Papota.

Sudacas, por su parte, sigue mostrando que es candidato al ascenso. Vienen de descender, pero su jerarquía es de otra categoría. Cuando se presentan con el equipo completo, son una aplanadora.
Su único desafío es el de siempre: la regularidad. Rotan mucho, cambian nombres y eso los hace tener dos caras. Pero cuando están todos, son un equipo temible.