Hay partidos que pesan más que los tres puntos. Este fue uno de ellos. Ratoes y Manchester Tiki protagonizaron otro capítulo de una rivalidad que ya tiene aroma a clásico del ascenso. Dos equipos con historia, con nombres que conocen cada rincón del verde césped, se volvieron a cruzar en un momento de realidades opuestas: Ratoes en su pico más alto y Tiki en una búsqueda que no termina de encontrar respuestas.

El 5-1 fue el reflejo de eso. Ratoes, hoy puntero y en el mejor momento de su historia, jugó con una confianza que contagia. Su arquero Lauti Orellana estuvo soberbio, con la serenidad de un Dida o un Cech de los buenos tiempos: imponente, sobrio, sin exagerar, pero siempre donde debía estar. Del medio hacia arriba, el equipo fluyó con ritmo y precisión. Volvió Caggiano, después de la lesión, y lo hizo con el oficio de quien entiende los tiempos del fútbol: trasladó, asistió y marcó.

Y adelante, claro, apareció el alma del equipo. Ale Boyne, con dos goles, fue el estandarte de una actuación colectiva perfecta. Y su hermano, Axel, el capitán, rozó el gol en una jugada que pegó en el palo antes de que la empujara su hermano. Esa imagen es Ratoes en estado puro: unión, mística, familia. Ni la ausencia de “la Bruja del 71” frenó a un grupo que parece decidido a quedarse con todo.

Del otro lado, Manchester Tiki vive un momento delicado. Tienen jerarquía de sobra: Tomás Byk, Agus Campodónico, Santi Salvia, el arquero Puzone, Juanma, Lucho Ferro… todos con pasado en la máxima categoría. Pero el fútbol, como dijo alguna vez Valdano, “es un estado de ánimo”, y hoy el Tiki parece sin chispa. El talento está, pero no hay sincronía. Como si los engranajes giraran en direcciones distintas.

Ratoes, en cambio, juega de memoria. No fue solo el resultado: fue la forma, el envión, la confianza. Ganó, gustó y goleó, como lo hacen los equipos que creen.