El puntero volvió a ganar. No brilló como en otras fechas, pero ganó. Y eso, cuando la tabla aprieta y la ilusión pesa, vale oro. Ratoes es uno de los equipos más queridos de toda la liga. Y lo son por una razón muy simple: todos conocen su historia. Años de estar, de insistir, de caer y levantarse, de perder más de lo que ganaban. Y ahora, de repente, la vida les puso delante la oportunidad más grande de su historia deportiva. La están jugando ellos: los mismos de siempre. Los mismos que antes perdían y hoy lideran.

Son los Caggiano, Boyne, Ponce, Orellana, los de siempre; Almeira, Cabral, Portillo, todos laburando, todos sosteniendo desde ese orgullo que se ganaron en la cancha. No son un conjunto que se armó para salir campeón. Son un equipo que resistió muchos años para, recién ahora, descubrir que podía.

Y claro: eso pesa.
Pesa porque abajo los que vienen empujan y no fallan.
Pesa porque están transitando un camino que jamás habían vivido: el de ser candidatos.
Pesa porque saben lo que costó llegar hasta acá.
Y cuando uno sabe lo mucho que costó, aparece ese miedo a que se escape. La mochila del sueño pesa. Y a veces, en ese peso, su fútbol se incomoda, se tensa, se boicotea un poquito.

Contra Papota se notó. Ganaron, sí, pero sin los lujos de otras fechas. Por momentos el fondo dudó, los nervios aparecieron y la pelota quemó. Pero aun así, incluso con esa tensión, lo resolvieron: cuatro goles, uno por cada pilar del equipo. Golpe a golpe, sosteniendo la punta.

Del otro lado, Papota, el equipo de Agus “el Mariscal” Juárez, ese que compite siempre. Presentan un equipo serio, durísimo, porque atrás son una muralla:
• Fabri Marassa, un animal en el arco, un rey de los reflejos.
• La Pantera Morales y el Mastan Juárez, un tándem que sostiene, que ordena, que hace simple lo difícil. Defienden bien, y desde esa solidez construyen: no necesitan trescientos goles. Necesitan uno más que el rival. Y suelen recibir pocos.
Quizás hoy les faltó volumen arriba, pero tienen esa carta mágica: su 10, Rama Díaz, que volvió a hacerse cargo de la bola quieta y la clavó como si fuera lo más sencillo del mundo. Puro pie, pura calidad.

El partido fue duro, tenso, parejo.
Pero Ratoes, con su historia y su presente mezclados en un torbellino emocional, volvió a dar el paso.
Ganó 4–2 y sigue soñando despierto.
Quedan fechas y la mochila pesa, sí.
Pero a veces los sueños también empujan.