Era el partido que todos esperaban.
Primero contra segundo.
Los dos más regulares del torneo, los dos que mejor juegan, los dos que saben que están a un paso del ascenso.
El sol del mediodía caía fuerte, y el clima del partido también.
Ratoés se impuso 2 a 1 ante La Tibia en un duelo que tuvo todo: tensión, goles, sacrificio y ese sabor de final anticipada.

El encuentro empezó con vértigo. Ratoés pegó primero, rápido, con un gol del 8, que aprovechó una pared y definió con calma. No pasó mucho hasta que llegó el segundo: una joya. Pase filtrado de A. Caggiano, taco elegante de Facu Ponce, y la pelota adentro. Golazo. De esos que se graban.
A los pocos minutos de iniciado el partido, el líder del torneo ya ganaba 2 a 0 y empezaba a manejar los tiempos.

Desde ahí, Ratoés fue lo que tenía que ser: sólido, paciente, solidario.
El equipo se cerró atrás, bloqueó todos los caminos y dejó que el reloj jugara a su favor.
Cada minuto valía oro. Lauti Orellana, el arquero, respondió cada vez que lo exigieron.
Caggiano y Ale Boyne, que suelen ser más ofensivos, esta vez se pusieron el overol y pelearon cada pelota como si fuera la última. Fue un partido de esfuerzo, de defender con el alma y de entender que el ascenso también se gana así: sufriendo.

La Tibia buscó y buscó. Tuvo la pelota, generó llegadas, pero no tuvo su carta más fuerte: Lauti Viz, el goleador del torneo, se fue sin convertir por primera vez en la temporada. Y eso, en partidos así, pesa.
El descuento llegó a los 15 del segundo tiempo, en una jugada sucia entre piernas y rivales que terminó con la pelota en la red tras un remate largo.
Quedaban cinco minutos, y ahí el partido se volvió una película de suspenso: la Tibia empujando con todo, Ratoés aguantando con uñas, dientes y corazón.

El silbatazo final fue un desahogo. “El fútbol no siempre premia al que más ataca. A veces premia al que más cree, al que más resiste, al que entiende que defender también es un arte.”