Mañana de fútbol en estado puro. 9:10 de la mañana, cuando todavía cantan los pájaros y el sol recién asoma por Castelar, se enfrentaban dos viejos conocidos: Guerreros y La Masía. Un duelo con historia compartida, porque el capitán de La Masía alguna vez vistió la camiseta rival. Esos cruces que el torneo tiene guardados como si fueran capítulos de una misma saga.

El inicio fue todo de La Masía. Orden, presión y un Tommy Becerra encendido que parecía canalizar el espíritu de Julián Álvarez: presionando, robando, definiendo. Dos pepas rápidas del nueve marcaron el camino. Detrás de él, Lucho Ferro y Luca Machado movían los hilos, proponiendo tiki-taka y vértigo. Y hasta Mati Santachita, en el arco, sostenía lo que podía. En ese amanecer de partido, los anaranjados soñaban con un triunfo de esos que se graban.

Pero los Guerreros, fieles a su nombre, no se rindieron. Había que despertar, había que encontrar el camino. Y el camino tenía nombre y apellido: Lautaro Viz, el hombre de los 101 goles en un año calendario. Una cifra de locos, escrita con tinta dorada en la historia de Depoencuentros. Llegó al partido con 97, y con cuatro pepas más selló su centenario goleador y un partido para enmarcar.
El primero que lo entendió fue Manu “El Fito” Fitere, cerebro y corazón del equipo, el que ve antes que los demás. Le tiró la primera pelota filtrada a Viz que se sacó uno de encima, fusiló al arquero y despertó a todos. De ahí en más, cada ataque fue un poema: asociación, potencia y hambre de gol.

Guerreros dio vuelta el resultado con autoridad. Donde antes había dudas, aparecieron certezas. Donde había cansancio, surgió orgullo. Y cuando La Masía quiso reaccionar, ya era tarde. El reloj marcaba el cierre de un partidazo de ida y vuelta, 7 a 5, con todos los condimentos del fútbol amateur: goles, emoción, historia y respeto.

“A veces el fútbol no premia al que empieza mejor, sino al que nunca deja de insistir. Y Guerreros insistió hasta convertir el amanecer en hazaña.”