El fútbol, decía Menotti, “es la dinámica de lo impensado”. Y en el verde césped del Depoencuentros esa frase volvió a tomar vida: Tinta arrancó con una intensidad que sorprendió a Los Álamos y en pocos minutos inclinó la balanza.

El 10 Mati Lepez fue faro y bandera. Con la pelota pegada al botín y la cancha en la cabeza, rompió líneas y desacomodó a la última línea rival. A su lado, el 5 Mauro Carmona, el profe, hizo de metrónomo: recuperó, distribuyó y dio esa pausa que necesita todo equipo que ataca rápido.

El conjunto de Rama Brugnoli, sin embargo, no se quedó mirando. Tras el golpe inicial, Los Álamos se reordenaron: Rama tomó los hilos en el medio, bajó la pelota al piso y comenzaron a circularla con paciencia, intentando abrir los costados y generar superioridad en las bandas. El plan táctico era claro: mover al rival y desgastarlo para encontrar el espacio.

La idea se vio, la ejecución también… pero faltó lo más difícil en el fútbol: el gol. Como advierte Valdano, “el fútbol es un estado de ánimo”, y Los Álamos carecieron de esa confianza final para concretar lo que elaboraban bien. Mucha posesión, buen toque, pero poca pólvora en los metros decisivos.

En contrapartida, Tinta entendió el otro costado del juego: defenderse con la ventaja. Se replegó, cerró espacios y administró los tiempos, sabiendo que el partido ya se había escrito en esos primeros minutos donde su talento marcó la diferencia.

Al final, el marcador dijo 3-1, pero el relato deja claro algo: los primeros minutos pesan tanto como cuarenta, y en el amateurismo –igual que en la élite– el que golpea primero suele escribir la historia.