A veces el fútbol tiene estas cosas: cuando parece que todo está escrito, aparece un partido que prende fuego la mesa de posiciones y te recuerda que nada está definido hasta que la pelota deja de rodar. Allax, último en la tabla pero campeón vigente de la Apertura, se cruzaba con Tinta, escolta firme del torneo, candidato, regular, de esos equipos que raramente fallan. Y sin embargo, en la fría matemática del domingo, lo que se esperaba no tuvo nada que ver con lo que pasó. Allax sacó un martillo y dio una de las demostraciones más sorprendentes del año. Un 8-1 que sonó como piña de nocaut.

El primer tiempo fue una coreografía perfecta. Tiki, taka, gol. Tiki, taka, gol. Parecía una obra de arte más que un partido. Y ahí, en medio del vendaval, apareció un detalle no menor: Augusto Campodónico desde el arranque. “Cuando una pieza encaja, el equipo respira”, dijo una vez Marcelo Bielsa. Bueno, eso pasó. Campodónico fue exactamente la pieza que faltaba en el engranaje; puso pausa donde hacía falta, aceleró cuando el equipo debía acelerar, y transformó el caos en sinfonía. Tres pepas del ex 10 de Gótica, todas con ese perfume de jugador que conoce la categoría de memoria.

Y si lo de Campodónico fue música, lo de Lauti Viz fue percutivo puro. Cuatro gritos, potencia, decisión, instinto. Un goleador que cuando huele sangre no pregunta; define. Y para completar la partitura, Peloso, el capitán, apareció para convertir un rebote y dejar su marca en el triunfo, como si el liderazgo necesitara también una firma en la red. Allax jugó como un campeón herido que encontró el ritmo justo para volver a creer. Y quizá por eso Guardiola siempre dice: “Los equipos que han sido campeones no se olvidan de jugar; solo necesitan un clic”. Hoy el clic fue una explosión.

Del otro lado, Tinta tuvo un día para el olvido. Sin su 10 –expulsado y lesionado–, el equipo intentó reacomodarse, pero lo hizo de la peor manera posible: moviendo todas las piezas a la vez. Fue como poner el inodoro en la cocina y la mesada en el baño. Cuando cambian todos, no cambia nadie. cambiaron arriba, bajaron al medio a quien no debía, armaron un rompecabezas nuevamente mezclado y terminaron jugando un primer tiempo irreconocible, sin sociedades y sin ese faro que guía desde hace años su juego.

El único que sostuvo la dignidad Tinta en esos 20 minutos demoledores fue Valen “Trapito” Dominelli, que tuvo una de esas actuaciones en las que el arquero parece atajar con cuatro manos. Tapó balones imposibles, sostuvo lo que se podía sostener y fue, sin dudas, el único destacado del equipo. Pero cuando el rival está encendido y el propio equipo está en pleno desorden estructural, no hay manos que alcancen. “El arquero es el poeta del riesgo”, decía Jorge Valdano; hoy Trapito escribió sus versos, pero el viento sopló demasiado fuerte.

Tinta deberá reencontrarse con su esencia. El profe Carmona tiene que volver a reordenar la casa, devolver cada ficha a su lugar y asumir –si hace falta– el rol que Mati Lepez deja vacío. Rami y Seba abajo, cada uno por su banda, cuando uno sube el otro cierra. El manual del Tinta clásico. El de siempre. El que compite. Porque jugadores tienen, fútbol tienen, identidad tienen. Solo necesitan volver a encenderla.

Allax, mientras tanto, rompió la lógica, golpeó el tablero y dejó un mensaje claro para todos: si el campeón se despierta, que se cuiden. Y con esta victoria enorme, inesperada y contundente, tomó aire en la lucha por no descender y demostró que está vivo. Muy vivo.