En los partidos grandes, los que definen jerarquías, suele cumplirse aquella máxima de César Luis Menotti: “El talento no se negocia, se acompaña”. Y Parne Kipada volvió a acompañar al suyo. Con el regreso de Bavio, su número 10, su faro, su dreamer, recuperó la sonrisa y el fútbol. Volvió el hombre que cambia los ritmos, que acelera cuando otros se frenan, que piensa el juego mientras los demás todavía lo corren. Y con él en cancha, Parne volvió a ser El Parne.

El 3 a 1 sobre Tinta fue una muestra de solidez y lucidez. Bavio clavó dos golazos —uno por tiempo—, de esos que justifican una entrada. El primero, un Baviazo de esos que parecen con GPS. El segundo, dejando rivales por el camino, como si el tiempo se doblara para dejarlo pasar. Como dijo alguna vez Valdano: “El fútbol es un estado de ánimo”, y Parne encontró el suyo apenas volvió su conductor.

Desde lo táctico, el equipo de Reboredo/Zorzoli manejó los tiempos con maestría. Orden en la salida, presión media para no dejar espacios, y una eficacia que pesó cuando el partido pedía jerarquía. El tercer tanto fue, otra vez, obra de Tomás “Toto” Iriarte, quien sigue escribiendo su propia antología de golazos. Esta vez, un tiro libre de mitad de cancha, un auténtico poema aéreo.

Del otro lado, Tinta compitió y mostró pasajes de su estilo: presión alta, transiciones cortas, tenencia con intención. Pero le faltó profundidad. Con el regreso de Seba Díaz tras su inactividad, el equipo intentó rearmar su identidad ofensiva. Tuvo chispazos de su fútbol lírico, pero no logró sostenerlo. El desgaste se notó y el equipo sintió la falta de acompañamiento para su faro, Matías Lépez. El goleador volvió a cumplir, marcó su tanto y arrastró marcas como siempre, pero su brillo quedó aislado.

Tinta perdió, sí. Pero perdió jugando, intentando. En la mirada del Verde Césped eso también vale. Y Parne, en cambio, ganó algo más que tres puntos: recuperó su esencia.
Porque cuando el 10 está en la cancha, el fútbol respira distinto.