A las 11 de la mañana, bajo un sol que se asomó desafiando los pronósticos de tormenta, Parne Kipada ratificó su condición de potencia del verde césped y venció 9 a 6 a unos Álamos que dejaron buenas señales de juego, pero pagaron caro la ausencia de su capitán.

La historia ya se había empezado a escribir la noche anterior. Rama Brugnoli, emblema de la nueva versión de aquel viejo Barba Guerra, no llegó al partido. Se confió en la lluvia, y cuando el sol brilló, el reloj ya jugaba en su contra. Pero el grupo no bajó los brazos: con experiencia y voluntad, Los Álamos tejieron fútbol de toque, asociaciones limpias y construcciones elaboradas, esas que los románticos del juego siempre celebran. Les faltó fortuna y eficacia, los dos ingredientes invisibles que tantas veces definen un marcador.

Del otro lado, Parne Kipada fue pura contundencia. Campeón vigente de la Copa de Oro, mostró por qué su nombre pesa. Con un J.P. Zorzoli encendido —tres goles en modo prime y un Ale Reboredo que recordó sus primeros días de capitán con otra tripleta de jerarquía, el equipo manejó los ritmos del partido como quien ajusta los tiempos de una orquesta afinada.

En el banco, el Bavio 10, vivió el duelo desde la línea por una lesión, pero su influencia fue total. Su mirada técnica, su palabra justa, su magnetismo de crack: todo estuvo ahí. Matata Simkin fue un muro bajo los tres palos —rebotó una, dos, tres veces como si la pelota buscara su destino y siempre lo encontrara—, y Lencina atravesó un momento de plenitud. Detrás, Toto Iriarte, un líbero con alma de creador, tocó, distribuyó como siempre, una seguridad para la escuadra.

Como decía Menotti: “El fútbol es de los que saben pensar bajo presión”