En el fútbol, como recordaba Marcelo Bielsa, “los caminos son tan importantes como los resultados”. Y en el césped de Depoencuentros, esos caminos quedaron en evidencia: mientras Parne Kipada transita una autopista de convicción y jerarquía, Cronos avanza por senderos pedregosos, entre dudas e intermitencias.

El campeón dorado vigente, Parne, no dejó espacio a la especulación: 6-2, contundente, casi didáctico. Su juego fue la síntesis de un equipo que sabe a qué juega y por qué juega. Vertical cuando debía, paciente cuando le convenía, supo atacar con volumen y repartir protagonismo. La diferencia, más allá de los goles, estuvo en la claridad colectiva.

Cronos, en cambio, continúa en esa encrucijada que lo persigue desde el último torneo. No termina de definirse: ¿posesión o juego directo? ¿asociación de pases o doble nueve con bochazo largo? La respuesta, hasta ahora, parece ser un poco de todo y un mucho de nada. “El que juega a dos cosas no juega a ninguna”, solía advertir Bilardo. Cronos lo está sufriendo en carne propia.

La ausencia de Leo Varela pesa demasiado. Sin su manija en el medio, el equipo pierde norte. El talento de H. Ríos es indiscutible, pero el sacrificio de ubicarlo como volante central lo aleja de su mejor versión por afuera. En defensa, el capitán Montenegro sigue siendo muro y emblema, aunque aún sin un ladero confiable que lo complemente. Y en el ataque, RR Rodríguez es el reflejo del equipo: si no recibe caudal de juego, su olfato goleador queda huérfano. Incluso las individualidades muestran esa dualidad de Cronos: Naza Alegre arranca claro, pide la pelota, pero cuando no salen las cosas, el fastidio se nota en patadas que opacan su fútbol.

Parne, en cambio, confirmó por qué es candidato otra vez: espalda de campeón, funcionamiento aceitado y capacidad para oler sangre cuando el rival duda. Como decía Valdano, “el fútbol premia al que se anima”, y Parne no solo se animó: arrolló.