El verde césped fue testigo de un duelo inolvidable. Cronos y Nolimpio entregaron uno de esos partidos que justifican el precio de la entrada simbólica que paga el alma del futbolero: 15 goles, ráfagas de talento, vértigo y una definición que se explicó apenas por detalles. Cronos, el equipo de Ayrton Montenegro, se impuso 8-7 sobre Nolimpio, en un partido que no dio respiro.

Para entender la magnitud de lo que logró Cronos, hay que mirar hacia atrás. En los últimos torneos, el conjunto granate había coqueteado más con la permanencia que con los puestos altos. Pero este Clausura lo encontró con una madurez futbolística nueva, un temple forjado en la adversidad y la confianza de saberse equipo. Desde que RR Rodríguez y Naza Alegre se consolidaron como la dupla ofensiva, Cronos encontró una identidad que lo volvió letal: uno fija, el otro rompe; uno pivotea, el otro llega desde atrás. Una versión criolla y amateur de lo que Bielsa alguna vez definió como “socios del desequilibrio”.

RR Rodríguez alcanzó los 26 tantos en el año (con dos pepas en este partido que lo confirman como uno de los artilleros más regulares del Verde Césped. Alegre, que no solo acompaña sino que crea espacios, metió uno y asistió en otras dos.

El otro nombre que se llevó aplausos fue Leo Varela, el zurdo de los hilos invisibles. Volvió tras su lesión y pareció no haberse ido nunca: control, pausa, visión y ese pase filtrado que parece tener GPS. Como dijo alguna vez Riquelme: “el fútbol se juega con la cabeza, los pies son solo herramientas”. Varela fue eso: cabeza fría, precisión y elegancia.

Del otro lado, Nolimpio demostró por qué se ganó un lugar entre los grandes. Entró al torneo por la ventana, pero juega como si la categoría le quedara chica. Renzo, el arquero, se agigantó bajo los tres palos —varias atajadas con reflejos felinos— y Nacho “Mugre” Granela volvió a hacer historia: marcó y llegó a 27 partidos consecutivos anotando goles, una racha digna de archivo y ovación.

El partido fue gol a gol, de vértigo, Cronos y Nolimpio no solo jugaron un partidazo. Nos recordaron por qué el fútbol, incluso en su versión amateur, sigue siendo el mejor invento del mundo.