El partido fue un tango apasionado, un baile frenético entre dos equipos con ritmos muy diferentes. Ratoes, con su juego vertical y directo, era el bandoneón, un instrumento melancólico y apasionado que buscaba seducir al público con sus melodías. Fortín, por su parte, era el piano, un instrumento elegante y sofisticado que tejía una red de pases precisos y calculados.

En el primer tiempo, el tango fue un duelo de improvisación, donde cada equipo buscaba imponer su ritmo. Ale Boyne, el bandoneonista de Ratoes, intentó llevar la delantera con sus solos virtuosos, pero la defensa del Fortín, sólida como una pared de ladrillos, lo contenía.

En el segundo tiempo, el tango se transformó en una milonga, un baile más rápido y enérgico. Fortín, con K. Cabrera, fue el dueño de la pista con 5 pepas; además sus combinaciones fueron letales, como cuchillos afilados que desgarraban la defensa rival. Ratoes, por su parte, se quedó sin aliento, intentando seguir el ritmo frenético del partido.