Un partido que inició como una partitura clásica, con Nolimpio dominando con elegancia y anotando tres goles, se transformó en un caos sinfónico. Cronos, como un coro que se levanta en contra del solista, reaccionó con fuerza para que el rojo y negro, como un director de orquesta que pierde el compás, no pueda evitar el empate. El puntero, con la energía de un rockero en un pogo, y B. Brito, como artífice principal, consiguieron reescribir el guion de una película que tenía un final trágico para ellos. Fue una montaña rusa de emociones, un juego de ajedrez donde las piezas se movían a una velocidad vertiginosa y donde la suerte, como un comodín, jugó un papel fundamental. Un encuentro que nos enseñó que en el fútbol, como en la vida, nada está escrito y que incluso la ventaja más abultada puede desvanecerse en un abrir y cerrar de ojos.