Luciano Wernicke se ha dedicado por años a investigar sobre las anécdotas más exóticas que se han vivido en el fútbol donde la realidad literalmente supera la ficción.
El muerto que hace goles
Durante la semifinal del Mundial de Suiza 1954, disputada en Lausanne, se produjo un caso extraordinario: un futbolista de Uruguay sufrió un paro cardíaco y, tras recibir una dosis de coramina —un medicamento que estimula las funciones vasomotoras y respiratorias— siguió jugando. El protagonista de la notable situación fue el delantero Juan Hohberg, quien, curiosamente, había nacido en Argentina y comenzado su carrera como arquero. Hohberg —quien ese día debutaba en la escuadra oriental— consiguió los dos goles que le permitieron a Uruguay igualar el encuentro, a los 75 y 86 minutos. Según cuenta el periodista Alfredo Etchandy en su libro El Mundo y los Mundiales, cuando el atacante marcó la igualdad, “sus compañeros le cayeron arriba en el festejo y por la emoción sufrió un paro cardíaco. Fue reanimado por el kinesiólogo Carlos Abate, quien le suministró coramina por la boca. Cuando empezó el alargue seguía afuera, pero poco después retornó a la cancha y jugó hasta la finalización de la prórroga”. En esa época todavía no estaban autorizados los cambios, y la escuadra celeste no podía darse el lujo de resignar nada porque, además del pase a la final, defendía una impresionante racha invicta de 21 partidos en Mundiales y Juegos Olímpicos. Empero, en el alargue, Hungría marcó dos veces más para redondear un marcador de 4 a 2 que coronó, más que nunca, un “partido de infarto”.