La explicación del impensado y asombroso 11-0 no debe buscarse en hechos fortuitos ni en casualidades ni en ninguna otra cosa que no tenga que ver con estrictas razones futbolísticas. Pero la mención de lo "futbolístico" no debe dejar de lado nada de lo que el término abarca. La tunda histórica con que Los Simios sacudieron a Americano fue la expresión acabada de una superioridad abismal en lo técnico, lo estratégico, lo individual y lo colectivo, lo anímico y lo físico.
Pero ni ese detalle ni ninguno de los otros atenuantes imaginables explican por sí solos la inmensa diferencia de concentración, velocidad y energía que hubo el domingo entre uno y otro, algo así como un Airbus puesto en carrera contra una avioneta. El espejismo del comienzo, en el que pareció que la presión era una táctica y una actitud compartida, se esfumó apenas el uno Americano cayó por primera vez y derrumbó de un solo golpe la voluntad y abrió definitivamente las puertas de una fiesta inolvidable para los de enfrente.
En un equipo que funciona bien, las razones colectivas se complementan con las individuales. Ayer, los Primates fueron el gozoso beneficiario de la conjunción de ambas, porque dispuso de gente que vivió una mañana inspirada.
Aturdido, el primer campeón encaró el entretiempo con un 0-6 y un dilema: intentar la recuperación heroica. Casi no hubo tiempo de adivinar qué había decidido, porque enseguida le tumbaron la presunta rebeldía con el 7 mazazo. Este equipo no es la primera vez que pierde, pero si la primera que se da de esta manera.
Pero por entonces el juego había perdido hasta la mínima condición de tal. Con casi la mitad del tiempo por delante, en el aire ya estaba instalada la sensación de que la cuenta de goles dependería del rigor o la clemencia de Simios. Para mal del zarandeado de Americano, no estaba en el ánimo de su rival volverse piadoso o tan siquiera contemplativo. Después de eso hubo 4 goles más, cada uno de ellos imagen perfecta de la estupefacción de uno y del floreo del otro.