Partido trabado, cerrado y por momentos más hablado que jugado lo que hizo tomar caminos en falso y determinaciones erráticas que marcaron el camino del juego. El primer instinto motivado por la masa hace de un impulso natural una boludez cuando se piensa con la fresca; pero lejos de justificaciones y desbordados por la gran cantidad de información aglomerada por los diferentes medios, sabemos que existen muchos que confunden los caminos y están más preocupados por pedir, aventajar de mala fe o vaya a saber para qué y porque; ni hablar la razón de ganar a toda costa con cualquier tipo de fraude o mulería en la que el respeto al rival no existe o no estuviese en un partido de fútbol amateur de una liga barrial. Qué méritos tendría un título… una victoria, si se ha conseguido con trampa? Eso no es ganar, eso es perder, porque el fútbol es alegría; porqué el fútbol es compartir, es algo mucho más profundo que se entiende en aquel momento que uno quiere estrecharse de un abrazo con su rival al término de una batalla leal que le dio un mérito significativo a la victoria y dejó fuera de reproches a la derrota, porque sino jugaríamos a la Play.
Es natural que el árbitro falle/erre/no vea/cobre/no cobre/para un lado-para el otro, según los ojos de quién... Ej: existen infracciones que vemos con frecuencia en T.V que las repiten y entre dos personas no se ponen de acuerdo si: "fue falta" - "no fue falta" entonces es natural que se equivoquen, algunos más, algunos menos, a veces más, a veces menos y todo tiene que ver con el FÚTBOL, ahora bien, lo que no está permitido es insultar, ofender o provocar a un árbitro por la simple situación de no cobrar lo que uno cree. Cuantas veces vemos simulaciones o levantar la mano automáticamente para influir en la decisión, confundir la decisión del juez digamos, para intentar que cobre a favor propio, ahora bien, si se equivoca en el fallo, pum lo matamos y que "bombero, ladrón, etc" y de ahí centro al tribunal.
Desde la lógica de un equipo que se quedó afuera de la lucha por una razón muy simple: los malos resultados. Como ya es costumbre -odiosa costumbre- los dirigentes, los técnicos y los jugadores no sólo ven errores donde los hay. También donde no los hay. Además juzgan y definen intenciones con una regularidad pasmosa. De hecho siempre ven una sola intención: perjudicarlos.
La reacción es normal, acaso natural en las escuadras que pierden. Igualmente, a todos, cual más cuál menos, le ha dado, alguna vez, la impresión de que no son sus propias limitaciones, sino un sucio y mafioso acuerdo externo el que les ha quitado, injustamente, el derecho a sentarse en el trono.
Y no sólo pasa en el fútbol. Nada más humano que echarle la culpa al otro del propio fracaso. A esas fuerzas exógenas que impiden, una y otra vez, que el mundo reconozca nuestro verdadero talento. Que evitan, una y otra vez, nuestro merecido triunfo. Siempre hay alguien: el jefe, el profesor, la sociedad, los ricos, los pobres, los padres. Los árbitros.
Cada vez que se entrevista a un jugador o a un seguidor perdedor después de un partido, aparece la cantinela del arbitraje, de la persecución, de los errores inaceptables. Y su corolario: la petición para que se tomen medidas inmediatas, para que se castigue a los malos jueces, para que se corrija de una vez por todas a los erráticos, a los malintencionados, a los malvados tipos de negro que, en vez de impartir justicia, reparten equivocaciones.
La mala noticia para esa perspectiva del juego y de la vida es que no sirve de nada. Hagan lo que hagan, los árbitros se van a seguir equivocando. Es connatural a su oficio. Es más: no hay reglamento alguno que los obligue a acertar siempre. Pueden fallar. Está permitido que fallen. Muchas veces. Y hay que comérsela. Así de simple. Lo que no puede pasar, porque está especificado en el reglamento del fútbol, es que los jugadores, los dirigentes o los técnicos los insulten, los empujen o los ninguneen cada vez que se equivocan. Eso es ilegal. Eso es tarjeta roja.
El problema es que hay varios que todavía no consiguen meterse el concepto -tan simple- en el disco duro: no se saca nada con alegar. No es más apasionado, no es más hombre, no es más valiente el que le reclama al árbitro hasta conseguir que lo expulse: es más tonto. Perjudica a su equipo, se perjudica él mismo y no va a cambiar, nunca, un fallo. ¿Es necesario repetirlo?
Injusto? Como injusto resulta exigirles a los árbitros que "por favor no se equivoquen", otro clásico de la previa a todo partido importante de fin de semana. Vaya falta de respeto, digo yo. ¿Y si los árbitros le pidieran lo mismo a los jugadores? Serían todos campeones invictos?
Imagínese a un juez diciendo, una vez terminado el partido: "¿Se fijaron en lo malo que es el puntero derecho. Qué bestia, qué manera de perderse goles, así no se puede jugar. Estos tipos echan a perder el espectáculo. Trabajamos toda la semana para rendir y ellos destruyen todo con sus errores". Los árbitros son: Igual de funcionarios, igual de importantes, igual de dependientes. Y aparte, entiende perfectamente que una de las gracias del fútbol es que sus protagonistas se pueden equivocar. Siempre. Es parte del juego más apasionado del mundo.