Un equipo que no solo conquistó un campeonato, sino que también se ganó el respeto y la admiración de todos. Lo que este plantel amateur logró no es solo un título; es la materialización de un sueño, el fruto de un trabajo incansable y la prueba irrefutable de que, cuando se unen corazón y esfuerzo, no hay límites.

Su campaña, su historia, fue como un río caudaloso que, a pesar de los obstáculos y las piedras en el camino, siempre encontraron la manera de seguir adelante. Este torneo arrancó con ellos perdiendo 11-2 frente al hoy, excampeón Parne. Demostraron una fortaleza mental digna de admiración, levantándose después de cada caída, aprendiendo de cada error y transformando cada desafío en una oportunidad para crecer. En el fútbol, como en la vida, las derrotas a veces duelen, pero este equipo supo convertirlas en combustible para impulsar nuevas victorias.

Cada integrante de este plantel es una pieza fundamental de un engranaje perfecto. El esfuerzo que pusieron en cada partido es el reflejo de su pasión. Se entregaron por completo, dejando hasta la última gota de sudor en la cancha, y ese compromiso inquebrantable es lo que los trajo hasta aquí. No solo lucharon por ellos mismos, sino por el compañero de al lado, por el escudo que llevan en el pecho y por la alegría de cada persona que los banca.

Pero más allá de las destrezas futbolísticas, es fundamental resaltar la calidad humana que los distingue. En este equipo no solo encontramos jugadores excepcionales, sino también personas íntegras, leales y solidarias. Esa hermandad que forjaron, ese apoyo mutuo incondicional, es un tesoro mucho más valioso que cualquier trofeo. Supieron ser equipo dentro y fuera de la cancha, celebrando juntos las alegrías y conteniéndose en los momentos difíciles. Esto es lo que significa ser una verdadera familia.

Si tuviéramos que buscar una analogía futbolística para describir su estilo, sin duda diríamos que jugaron al estilo de Jurgen Klopp. Este equipo adoptó una intensidad arrolladora, esa que no negocia una pelota, esa que no da una jugada por perdida. Su presión alta fue asfixiante para los rivales, recuperando el balón con una rapidez que desorientaba a cualquiera. Esto no se logra solo con técnica; se logra con un estado físico impecable, con una mentalidad agresiva en el buen sentido y con una coordinación perfecta.

Pero la filosofía del campeón va más allá del campo de juego. Implica un compromiso total con el compañero, una entrega sin reservas y una conexión emocional profunda. Cada vez que perdían la pelota, salían a recuperarla como si fuera la última, todos juntos, como una manada de lobos. Y esa misma garra, esa misma unión, la vimos reflejada en cómo se apoyaban mutuamente, en cómo se impulsaban a ser mejores cada día. Esa actitud de "nunca rendirse", de ir por más, es su sello distintivo, y es lo que los hace verdaderos campeones.

FELICITACIONES.