El clásico se presentó como un choque de trenes entre dos filosofías futbolísticas antagónicas, un duelo táctico donde la estrategia de trincheras prevaleció sobre el toque sutil. El marcador final favoreció a aquel equipo que abrazó la recuperación voraz en territorio enemigo, asfixiando la gestación rival y capitalizando errores con una presión alta, como una tenaza que se cierra sobre la defensa contraria. Sus jugadores, lanzados como flechas, acosaron a los zagueros y olfatearon los pases como sabuesos, forzando imprecisiones que se tradujeron en balones robados en la zona caliente, listos para ser convertidos en pólvora ofensiva.

Parne Kipada, fiel a su libreto, intentó tejer su fútbol de seda, hilvanando pases y rotaciones, un estilo que paradójicamente se convirtió en el caldo de cultivo ideal para un adversario dispuesto a morder cada centímetro de césped. Incapaces de encontrar el resquicio, de saltar las líneas de presión como un rayo entre las nubes, o de mutar su plan para desequilibrar el destino del encuentro, cayeron en un bucle sin fin. Una y otra vez, como un disco rayado, sus intentos se estrellaban contra el muro defensivo contrario, se levantaban con dificultad y volvían a embestir, sin encontrar el camino al arco. Cuando J.P hizo de Pivot el team tuvo mejores opciones, pero muy salidos del libreto y extrañando por demás a su 10 Bavio.

Allax, en cambio, se erigió como una maquinaria aceitada, una intensidad arrolladora digna de la recta final de una campaña electoral. Sus delanteros, cual depredadores hambrientos al acecho, mordieron cada intento de salida rival con una ferocidad admirable, erigiéndose como el factor desequilibrante de la contienda. Colle, Viz y Zanga, un tridente ofensivo que rotaba posiciones y energías como pistones de un motor potente, jamás permitieron que el ritmo de la presión decayera. Con un gol cada uno, fueron el corazón palpitante de esta victoria, la chispa que encendió la pólvora del triunfo.